Gonzalo Garteiz
Las crisis en el capitalismo son de insolvencia o no son, con la excepción de las generadas por un brutal cambio tecnológico o una guerra. Cuando ocurre que los prestamistas han medido mal el riesgo y no pueden cobrar a los deudores, la solución pasa por reconocer contablemente las pérdidas de la mejor forma posible y renegociar los pagos, pero siempre con una inyección de dinero nuevo, o sea una capitalización. Sobran las empresas que son incapaces de pagar lo que deben, osan dar dividendos y no apelan a sus accionistas para mejorar la situación financiera, con la complicidad de la banca, que es la primera en mantener las retribuciones a los accionistas o a la obra social, estando al borde de la quiebra. Es hora de coger el toro por los cuernos y actuar comme il faut. En las crisis de insolvencia, el pobre pierde su casa y el trabajador, su empleo, pero los ricos deben aflojar el bolsillo para coser el roto generado. El mejor impuesto que se puede poner a los pudientes es la exigencia del saneamiento patrimonial. Como apuntó recientemente la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Legarde, hay que exigir al sistema financiero más capital, y los bancos deben reclamar lo mismo a las empresas deudoras. Los tiempos de hacer la pelota gorda a base de endeudamiento han pasado. Que nadie se engañe, los porcentajes de dividendo que proyectan las cotizaciones bursátiles actuales son una quimera y además de rebajarse éste sustancialmente, en muchos casos se distribuirá exclusivamente en acciones. Hay que empezar a oír los yield warnings.